Quien haya visto la segunda película de la trilogía “Búsqueda Implacable”, protagonizada por Liam Neeson y rodada en Estambul, seguro quedó con las ganas fijas de viajar a Turquía. Otros tantos viajes a ese país habrán surgido a partir de la telenovela turca “Las mil y una noches”, seguida por miles de uruguayos. ¿En mi caso? Desde chica soñaba con descubrir el exotismo de esas culturas tan lejanas, de esas ciudades con tantos milenios de historia. Cuando me convencí de emprender el viaje, también incluí en la ruta a Dubái, otro de esos grandes destinos que hay que conocer para sentirse ciudadano del mundo.
El país turco se extiende entre Asia y Europa. Debido a esta ubicación estratégica, a lo largo de la historia fue escenario de muchas batallas. La mía, en particular, fue la de poder visitar la mayor cantidad posible de ciudades en mi tiempo disponible, que era solo de tres semanas. Y es que este país esconde tesoros incontables. El desafío es tratar de conocerlos todos: desde el agua turquesa de Pamukkale hasta los bazares interminables de Estambul y el despliegue cultural de la capital, Ankara. Y por supuesto, haciéndose unos días para explorar la impresionante región de Capadocia.
Eso sí, para disfrutar al máximo del paseo es importante manejar el inglés (nivel básico aunque sea) o viajar con alguien que lo domine, ya que la mayoría de los habitantes hablan turco y no muchos de nosotros, los extranjeros, sabemos este idioma.
No hay visita a Turquía sin pisar Estambul. Esta ciudad resulta fascinante desde la primera pisada. Es inmensa, superpoblada, cosmopolita e increíblemente mágica. Uno no sabe en qué detener la mirada, porque todo merece nuestra atención. Cada detalle arquitectónico, cada color decorando las calles, cada poblador que nos mira con rostro interrogante. Sus paredes, sus maneras, su idioma, todo es nuevo y desafiante.
Estambul es, al día de hoy, una de las capitales europeas de la cultura y bien le hace honor a esta mención. Sus zonas históricas fueron incluso declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1985. Turquía fue parte de los Imperios Romano, Romano de Oriente, Latino y Otomano, por lo que alberga historia en cada uno de sus rincones.
Uno de los paseos que más me descontracturó (y donde encontré casi todos los souvenirs para la vuelta) fue recorrer el Gran Bazar y dejarme llevar por la enorme oferta de productos que nunca había visto en otro mercado. Lamparitas hechas con vidrios de colores, pulseras, los ojitos azules de la suerte, vajilla típica y pipas decoradas a mano, alfombras persas, almohadones, telares, piedras preciosas…
En el Bazar de las Especias vi y olí los condimentos y hierbas más exóticos del planeta. Desde hace milenios Turquía es muy famosa por sus especias; y por eso hay que estar preparado para los sabores fuertes de las comidas tradicionales.
Hay que evitar, sin embargo, a los vendedores ambulantes que son especialmente insistentes, y también tener buen ojo al momento de comprar, porque es muy común la venta de imitaciones. Y otra cosa: ¡regateá! Es costumbre y se consiguen buenos precios. Incluso muchos vendedores ofrecen té –la infusión omnipresente- para congeniar la mejor compra.
Qué decir de Capadocia. Nunca había visto algo así en mi vida, y eso que me lo habían advertido. Una inmensa zona seca, con una formación geológica única en el mundo, producto de la erupción de volcanes. Muchos se refieren a este lugar como un sitio de “paisajes lunares”.
Capadocia es un lugar que se puede disfrutar en la superficie, volando o bajo tierra. Hay que calzarse un buen par de championes para recorrer el Valle Rojo y el Valle de Goreme, donde hay iglesias de los siglos X y XI, y la pintoresca aldea de Uchisar, con su impactante castillo en la cima. Zona de guerras históricas, Capadocia guarda muchas ciudades subterráneas con museos entre los pasadizos y cuevas; e incluso hay alojamientos que quedan bajo tierra. Otro interesante paseo es la visita a la fábrica de alfombras: allí pude ver todo el trabajo artesanal; meses hilando para hacer las alfombras más bellas del mundo.
Para salir a la luz de nuevo, nada mejor que un viaje en globo, compartiendo el paisaje aéreo con cientos de globos de colores que sobrevuelan la región. Fue de las mejores vivencias de todo el viaje. Subimos en la madrugada, para ver el amanecer desde arriba. Tras una hora de vuelo, el piloto nos enseña a aterrizar. Es tradición, en tierra, brindar con champán (¡a las ocho de la mañana brindando!), mientras el piloto va llamando a cada pasajero por su nombre para entregarle un diploma personalizado de que voló con él.
Y Pamukkale, ¡qué lugar! No me voy a olvidar nunca de su agua transparente sobre las laderas blancas, de su aspecto similar al de un "castillo de algodón” (eso significa su nombre en turco), del calorcito que desprende su agua termal, del panorama completamente surreal.
Recomiendo especialmente ver un amanecer o un atardecer allí, es una postal que seguro nunca olvidarás. Yo aún hoy, sin haber registrado ese momento (porque se me había roto la cámara esa misma mañana), recuerdo el olor del lugar y las tonalidades de esa puesta de sol.
DUBÁI: LA CIUDAD DE LOS RÉCORDS MUNDIALES
El rato de vuelo de Estambul a Dubái es como un abrupto salto en el tiempo. La ciudad de Dubái deslumbra desde el principio con su arquitectura futurista, su vértigo, su gran multiculturalidad. Pisé su suelo siendo turista y enseguida caí en la cuenta de que la mayoría de sus habitantes lo habían sido, por lo menos en un principio, aunque ahora su vida estuviese allí.
Si de verdad prestás atención a cada rincón del emirato vas a encontrar todo interesante. Y no solo su cultura y su gente. Dubái tiene desierto, tiene dunas y tiene montañas. Tiene épocas de intensos calores (algunas paradas de ómnibus incluso tienen aires acondicionados, ¡imaginate!) y épocas de mucho frío, pero la mayoría de los días son soleados. Si vas en época de calor, vas a poder disfrutar las playas turquesas sobre el Golfo Pérsico, sobre todo en la zona de Jumeirah, donde se instalan esos hoteles raros y caros que enloquecen a los arquitectos.
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